
UN DÍA EN SILENCIO
El pasado domingo viví una experiencia única, algo que en mis treinta y cuatro años de vida todavía no había vivido: un día en silencio.
En realidad, no es del todo cierto cuando digo que jamás lo había experimentado, ya que he estado y suelo estar, en mi día a día, muchas horas sola y en silencio.
Sin embargo, hasta este domingo pasado, mis verdaderas experiencias en silencio habían sido simplemente esto: no hablar.
Igual que como muchos de vosotros haréis a menudo, no es extraño estar un día entero en casa o trabajando sin hablar en todo el día con nadie. Pero aún en estos casos, seguimos estando activos: trabajando, leyendo, escribiendo, cocinando, escuchando música… Incluso en los momentos en los que nos tumbamos en el sofá sin hacer nada, seguimos maquinando mentalmente, revisado redes sociales, mirando la tele, etc.
Por eso, la particularidad de mi nueva experiencia del domingo pasado radica en que este silencio fue un silencio real.
Fueron horas de conectar conmigo misma, sin necesidad de resolver, de analizar ni de hacer nada; simplemente permitiéndome ser y sentirme, conectando con mi esencia.
En plena naturaleza, en Collserola, pude compartir esta jornada con cincuenta personas más, todas nosotras conectadas por nuestro propio silencio y con un mismo cometido.
Fue maravilloso sentirme tan acompañada sin tener que decir nada.
Una de las claves para lograr este nivel de conexión con uno mismo y regular el impulso que nace de comunicarse, de mirar el móvil o de escapar corriendo hacia el mundo normal, es dejar de dar vueltas a los pensamientos.
Es esencial no anclarse en ningún recuerdo, memoria o pensamiento que aparezca. No resulta fácil dejar de analizar mentalmente, ya que es lo que solemos hacer por defecto y a lo que nos enseñan a hacer desde pequeños.
La idea es tratar de aquietar esos pensamientos para centrarse en la experiencia física del momento. Conectar con el cuerpo, con las sensaciones físicas del momento presente y ser conscientes de ellas, sin querer modificar ni cambiar esa experiencia por otra que resulte más placentera.
Obviamente que en algún momento los pensamientos te acechan, puesto que dejar la mente en blanco es prácticamente imposible; pero la idea es ser consciente de ese pensamiento que ha aparecido como por arte de magia, y dejarlo ir con la misma agilidad con que se ha mostrado.
Aunque no puedo negar que al final del día sentí ciertas ganas de terminar con la práctica, mi experiencia personal fue fantástica. Tuve la sensación como de vaciarme por dentro. Es como si sacara a la calle todos los muebles y dejara mi casa vacía, totalmente diáfana y espaciosa. Así es como sentí mi cuerpo y mi mente.
El entorno físico tuvo mucho que ver a la hora de despertar estas sensaciones en mí: caminar con mis pies descalzos sobre el césped, notar el ligero calor del sol de noviembre, el olor y el sonido propios de la montaña… Todo ello provocó en mí una placentera y única sensación de paz y armonía.
Me hubiera gustado poder compartir contigo fotos del entorno y del momento, pero en esta ocasión es imposible ya que en todo el día no pude hacer uso del teléfono móvil ni tampoco llevé cámara de fotos.
Mi consejo es que en algún momento vivas esta experiencia única, que te permitirá conectar contigo mismo y con lo que para ti es verdaderamente esencial en la vida. Aunque te aconsejo que primero entrenes un tiempo con pequeños ratitos en casa en silencio y de conexión, para cuando estés preparado, dedicarle todo un día entero.
Por cierto, esto es Mindfulness 😉